“Mente sana en cuerpo sano” dice un viejo adagio y no hay nada más verdadero; el señalar que nuestras emociones generan cambios notables en nuestro cuerpo hasta hace algunos años podría haber parecido como algo místico y misterioso, hoy es una verdad científica. Las emociones son parte fundamental de nuestra naturaleza como humanos y todas ellas cumplen una función muy específica: garantizar nuestra supervivencia, sin embargo, hay un problema, cómo medir una emoción.

Un metro de amor, un kilo de enojo, o un litro de angustia, son cosas a todas luces disparatadas, las emociones no aceptan una definición racional, pero ante tal panorama existe un elemento común que salva la situación, las reacciones emocionales, esas “mariposas en el estómago” que se activan cuando tenemos un sentimiento. El cuerpo tiene su propia forma de hablar. Cuando nos gusta algo o alguien nuestra pupila se “alegra”, es decir se dilata, el corazón late más rápido y empezamos a sudar. Todo esto nos permite determinar cuánto “nos emocionamos”, eso significa, el grado de cambios que tenemos frente a lo que nos emociona.

Charles Darwin decía que las emociones sirven para garantizar nuestra supervivencia, ¿se imagina a alguien sin miedo? Hay peligros que están al acecho a cada momento y si no les hiciéramos caso en cualquier momento caeríamos presa de nuestro error. En la naturaleza un descuido puede significar la línea entre la vida y la muerte. Es por eso que siempre necesitamos un poco de estrés, un combustible mental que acelera al cuerpo para que podamos realizar las actividades y estar preparados para tomar cartas en el asunto si así lo requiere la situación.

Al contrario de lo que pudiera pensarse, el estrés es un mecanismo natural del humano, y muchas otras especies que nos permite estar alertas, “al acecho” de lo que sucede a nuestro alrededor. Nos permite actuar rápidamente frente a lo que suceda, pero ¿cómo funciona el estrés? Si bien nos puede doler la cabeza, el pecho o el estómago cuando estamos estresados, el verdadero estrés está en el cerebro; con los nuevos avances en la ciencia apenas estamos descubriendo de qué manera funcionan todos estos mecanismos y los efectos que tienen en nuestro cuerpo.

Todas las emociones, desde el amor y la felicidad hasta la ira y el enojo se encuentran en el cerebro, en particular, en el sistema límbico que es un conjunto de estructuras que se encuentran por debajo de la corteza, la capa arrugada que envuelve nuestro conocimiento. Los primeros estudios acerca del estrés se dieron dentro de laboratorios donde se exploraron las respuestas corporales frente a este estado. Uno de los primeros estudios fue en la década de los cuarenta con Tom, un paciente que accidentalmente había ingerido un líquido que dañó su tubo gástrico que lleva la comida al estómago, por ello, el Dr. Harold Wolff introdujo una especie de tubo que permitía llevar el alimento directamente al estómago, y al mismo tiempo observar qué sucede al interior de él. Cuando se realizaban entrevistas tocando temas relacionados con emociones, el Dr. Wolff observó que se producían cambios importantes en la mucosa gástrica, por ejemplo, la producción exagerada de ácido clorhídrico, responsable de las úlceras, el inicio de una gastritis, interesante observación. Así, uno de los experimentos más famosos y controvertido al mismo tiempo fue el que realizó el Dr. Brady en 1958 con el famoso “mono ejecutivo”; en este experimento situaba a dos primates inmovilizados en una silla, la única diferencia entre ellos era que sólo uno de ellos tenía a su alcance una palanca que si se activaba después de una señal podía evitar una descarga eléctrica para ambos primates; lo que se observó en este experimento es que el mono con la “responsabilidad de la palanca” desarrollaba con mayor facilidad lesiones gástricas.

Esto llevó a la conclusión de que los factores psicológicos contribuyen al desarrollo de ciertos tipos de lesiones gástricas y, además, ayudaba a explicar por qué las personas con más responsabilidades tienden a padecer más los estados de estrés que otras personas.

Ya fuera del laboratorio y para conocer los efectos corporales frente al estrés Ursin, Baade y Levine en 1978 realizaron una investigación para saber qué sucede cuando estamos sometidos a un estrés fuerte, por ejemplo, tirarse desde un paracaídas. Estos investigadores colocaron una serie de aparatos que permitían conocer los cambios corporales y hormonales en soldados noruegos durante el proceso de entrenamiento de la caída en paracaídas, el resultado, una considerable aprensión inicial, natural por un sentido de peligro que es intenso a pesar de que los reclutas saben que están seguros y su vida no corre peligro en el entrenamiento.

Durante este experimento se observó una gran cantidad de hormonas trabajando para dar la señal de alerta en el cuerpo, lo que sugirió la participación del cerebro en esta respuesta. En particular, el sistema límbico antes mencionado es una parte muy antigua y primitiva de nuestro cerebro que se encarga de tres funciones generales: el olfato, la memoria y las emociones. De todos los sistemas sensoriales el olfato es el único que no requiere llegar a la corteza y es uno de los sentidos más antiguos de los cuales los mamíferos dependemos más, pero el humano no tanto, este sentido fue rebasado por la vista, somos animales visuales.

Por otro lado, la memoria es conformada por una estructura única por su naturaleza, el hipocampo, que está encargada de verificar toda la información que llega por nuestra experiencia y tomar una decisión: qué se guarda y qué se olvida, algo así como un guardián de información valora la información más importante para archivarla de manera indefinida en la corteza arrugada de nuestro cerebro; y, por otro lado, la información que no se considera importante la pone en un bote de basura, el olvido.

De esta manera, el hipocampo se encarga de economizar espacio para guardar información y facilitar al mismo tiempo su acceso posterior, de nada sirve guardar información si después ya no la vamos a usar. Y llegamos así a otra estructura muy importante, la amígdala del temporal que está encargada de responder por medio de las emociones como el miedo, la ansiedad y el estrés. Esta parte del cerebro se encarga de hacer ciertos cambios en el cuerpo que nos preparan para la acción. A pequeños estados de ansiedad se puede mejorar la atención y la memoria, pero en casos extremos puede bloquear cualquier capacidad de aprendizaje.