Los grandes estudios internacionales orientan en este sentido. En el Informe de la UNESCO sobre educación, Jacques Delors en 1996 especificó como elementos imprescindibles de una política educativa de calidad la necesidad de abarcar cuatro aspectos en éste nivel: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir con los demás y aprender a ser. En particular los dos últimos pilares son los que constituyen la integración social y a la construcción de ciudadanía. Los programas que promueven la resiliencia desde las escuelas sirven para el desarrollo de éstos e integran al humano como un ser autónomo y consciente.

Bajo este esquema, el Programa de Educación Preescolar 2004 vigente en México desde el ciclo escolar 2004-2005 señala que para su conformación primero se tomaron en cuenta las necesidades expresadas por las educadoras a lo largo de la reforma curricular. Ello busca: …”contribuir a mejorar la calidad de la experiencia formativa de los niños durante la educación preescolar; para ello el programa parte del reconocimiento de sus capacidades y potencialidades, establece de manera precisa los propósitos fundamentales del nivel educativo en términos de competencias que el alumnado debe desarrollar a partir de lo que ya saben o son capaces de hacer, lo cual contribuye además a una mejor atención de la diversidad en el aula.” (S.E.P. 2004, p.8).

El Programa de Educación Preescolar 2004 reconoce que los primeros años de vida ejercen una influencia muy importante en el desenvolvimiento personal y social de todos los niños; es donde desarrollan su identidad personal, adquieren capacidades fundamentales y aprenden las pautas básicas para integrarse a la vida social. Identifica un gran número de capacidades que los niños desarrollan desde muy temprana edad e igualmente confirman su gran potencialidad de aprendizaje; afirma que la organización funcional del cerebro es influida y se beneficia por la diversidad, la oportunidad y la riqueza del conjunto de la experiencia de los niños.

La posibilidad que tienen los niños en edad preescolar de jugar, convivir e interactuar con niños de la mis­ma edad o un poco mayores ejerce una gran influencia en el aprendizaje y en el desarrollo infantil porque en esas relaciones entre pares también se construye la identidad personal y se desarrollan las competencias socioafectivas. Además, y no menos importante, en esas relaciones a través del lenguaje se comparten significados, ideas, explicaciones comunes del mundo, preguntas o dudas: términos que nombran y describen objetos, teorías que explican hechos o fenómenos naturales o sociales (en primer lugar, la relación entre los seres humanos más cercanos), dudas que indican la búsqueda y el aprendizaje constante. Las propias teorías construidas por los niños son puestas a prueba, de manera natural, en la interacción de pares, lo que se convierte en una motivación poderosa para el aprendizaje (S.E.P. 2004).

El Programa de Educación Preescolar 2004 también reconoce que el Jardín de Niños por sí mismo constituye un espacio propicio para que los niños convivan con sus pares y con adultos, y participen en eventos comunicativos más ricos y variados que los del ámbito familiar e igualmente propicia una serie de aprendizajes relativos a la convivencia social; esas experiencias contribuyen al desarrollo de la autonomía y la socialización de los niños. Además de estas experiencias que favorecen aprendizajes valiosos en sí mimos, la educación preescolar puede representar una oportunidad única para desarrollar las capacidades del pensamiento que constituyen la base del aprendizaje permanente y de la acción creativa y eficaz en diversas situaciones sociales.

A diferencia de otras experiencias sociales en las que se involucran los niños en su familia o en otros espacios, la educación preescolar tiene propósitos definidos que apuntan a desarrollar sus capacidades y potencialidades mediante el diseño de situaciones didácticas destinadas específicamente al aprendizaje. Con este mismo objetivo la educación preescolar y primaria, además de preparar a los niños para una trayectoria exitosa en la educación, puede ejercer una influencia duradera en su vida personal y social. De ahí que se tome como una de las competencias a desarrollar por parte del niño la capacidad de lograr mayor autonomía, que en uno de sus apartados se taxonomiza como enfrentar desafíos y buscar estrategias para superarlos.

En este momento la resiliencia se posiciona como eje fundamental para el desarrollo de las habilidades sociales de adaptabilidad, lo que conlleva a favorecer las estrategias de variabilidad y versatilidad conductual para que el niño se equipe en contextos sociales y emotivos de herramientas psicológicas que le permitan afrontar asertivamente los problemas y ello se lleve a su ambiente cotidiano. La resiliencia se construye en contacto con otros seres humanos y dota a los individuos de mecanismos protectores para resistir y construir positivamente revirtiendo lo negativo, no la realidad como tal, sino la percepción de ésta realidad.

Si bien no se define al niño resiliente, si se puede determinar un perfil con competencias a desarrollar en el ámbito escolar. Munist y cols (1998) señalan algunas de sus características:

Competencia social.

Los niños resilientes tienen la habilidad de responder más al contacto con otros seres humanos y generar más respuestas positivas en las otras personas; además, son activos, flexibles y adaptables aún desde edades muy tempranas. Este componente también incluye cualidades como la de estar listo para responder a cualquier estímulo, comunicarse con facilidad, demostrar empatía y afecto, así como tener comportamientos prosociales. Una cualidad que se valora cada vez más y se la relaciona positivamente con la resiliencia es el sentido del humor. Esto significa tener la habilidad de lograr alivio al reírse de las propias desventuras y encontrar maneras diferentes de mirar las cosas buscándoles el lado cómico. Como resultado, los niños resilientes, desde muy temprana edad, tienden a establecer más relaciones positivas con los otros.

Resolución de problemas.

Por otro lado, los niños resilientes desarrollan una habilidad para resolver problemas desde la niñez temprana. Incluye la habilidad para pensar en abstracto, reflexiva y flexiblemente, y la posibilidad de intentar dar soluciones nuevas para problemas tanto cognitivos como sociales.

Autonomía.

Diferentes autores se refieren a este término como un fuerte sentido de independencia; otros destacan la importancia de tener un control interno y un sentido de poder personal; algunos otros la caracterizan mediante la autodisciplina y el control de los impulsos. Esencialmente, el factor protector a que se están refiriendo es el sentido de la propia identidad, la habilidad para poder actuar independientemente y el control de algunos factores del entorno.

Otros autores han identificado la habilidad de separarse de una familia disfuncional y ponerse psicológicamente a salvo de los padres enfermos, como una de las características más importantes de los niños que crecen en familias con problemas de alcoholismo y enfermedad mental desarrollando un distanciamiento adaptativo; es decir, alejarse del foco familiar de comportamiento disfuncional.

Los niños resilientes desarrollan la capacidad de distinguir claramente por sí mismos, entre sus experiencias y la enfermedad de sus padres. Por lo tanto, entienden que ellos no son la causa del mal y que su futuro puede ser diferente de la situación de sus padres. La tarea del distanciamiento adaptativo implica dos desafíos: uno, descomprometerse lo suficientemente de la fuerza de la enfermedad parental para mantener objetivos y situaciones en el mundo externo de pares, escuela y comunidad; otro, sacar a la familia en crisis de su posición de mando en el mundo interno del propio niño. Ese distanciamiento provee un espacio protector para el desarrollo de la autoestima y de la habilidad para adquirir metas constructivas sin culpas.

Sentido de propósito y de futuro.

Muy relacionado con el sentido de autonomía y el de la eficacia propia, así como con la confianza de que uno puede tener algún grado de control sobre el ambiente, está el sentido de propósito y de futuro. Dentro de este rasgo entran varias cualidades repetidamente identificadas como factores protectores: expectativas saludables, la orientación hacia objetivos y la consecución de los mismos (éxito en lo que emprenda), motivación hacia el logro, la fe en un futuro mejor, y sentido de la anticipación y de la coherencia. Este último factor probablemente es uno de los más poderosos predictores de resultados positivos en cuanto a resiliencia. De estas cualidades, las que se han asociado con más fuerza a la presencia de adultos resilientes han sido las aspiraciones educacionales y el anhelo de un futuro mejor. Cuando un futuro atractivo nos parece posible y alcanzable, somos fácilmente persuadidos para subordinar una gratificación inmediata a una posterior más integral y duradera. Aunque los estudios actuales permiten identificar características adicionales de los niños resilientes, las cuatro mencionadas engloban los atributos que frecuentemente están asociados con experiencias exitosas de la vida.

De allí que al igual que sus autores, se consideren como los factores básicos para constituir el perfil del niño resiliente. Por lo tanto, para la construcción de programas educativos que se basen y favorezcan la resiliencia en la escuela se deben considerar estas características deseables a desarrollar en los niños, así como los seis factores que la constituyen de acuerdo con Henderson & Milstein (2003):

  • Brindar el afecto y apoyo proporcionando un respaldo y aliento incondicionales a los infantes, como base y sostén del éxito académico. Debe de haber siempre un “adulto significativo” en la escuela dispuesto a “dar la mano” que requieres los alumnos para su desarrollo educativo y su correcta contención y orientación afectiva.
  • Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que se actúe como motivadores efectivos, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos tienen la capacidad de tener éxito”.
  • Dar oportunidades de participación significativa en la resolución de problemas, la fijación de metas, planificación, toma de decisiones donde se involucren toda la comunidad educativa, incluyendo a los padres. Implica que el aprendizaje se vuelva más «práctico», el currículo educativo sea más «pertinente» y «adecuado al mundo real» y las decisiones se tomen se consensen entre todos los integrantes de la comunidad educativa. Se deben poder apreciar las “fortalezas” o destrezas de cada actor.
  • Enriquecer y fortalecer todos aquellos vínculos prosociales con el sentido de una comunidad educativa y favorecer el vínculo entre la familia y la escuela de una forma positiva, creativa y constructiva.
  • Así mismo, se general la necesidad de brindar capacitación al personal docente y directivo sobre estrategias y políticas de aula que trasciendan la idea de la disciplina como un fin en sí mismo. Se debe permitir la participación al docente, los alumnos y, en lo posible, a los padres, en el desarrollo de dichas políticas educativas. Así se lograrán establecer normas y límites claros y consensuados en la acción.
  • Por otro lado, enseñar «habilidades para la vida» como la cooperación, la resolución asertiva de conflictos, destrezas comunicativas, habilidad para resolver problemas cotidianos y la toma de decisiones. Lo anterior sucede cuando el proceso de enseñanza-aprendizaje está fundamentado en la actividad conjunta y cooperativa de los estudiantes y los docentes.

Dado lo anterior, entonces ¿por qué es necesario potenciar y desarrollar la resiliencia de los niños en la escuela? Esta habilidad, la de ser resiliente, probablemente resulta clave para que la educación cumpla sus objetivos fundamentales: formar personas autónomas y responsables. El fomento de la educación preescolar y básica basada en la resiliencia es importante para establecer vínculos prosociales, actitudes y comportamientos adaptativos, favorecer valores y evitar el aislamiento y desintegración social que conduce a otros problemas graves, como la pobreza, la violencia y la inequidad.

Lo anterior es reforzado por estudios como los realizados por Brooks & Goldstein, que en el 2008 reportan que el generar contextos educativos que propicien un clima de clase seguro para la aplicación de problemáticas para el desarrollo de estrategias de resiliencia por parte de los alumnos abre una nueva perspectiva para el afrontamiento a problemas. Sin embargo, ello implica tener maestros comprometidos y capacitados específicamente para la aplicación de estas estrategias educativas que favorecen un aprendizaje exitoso. La estimulación de las conductas mencionadas favorecerá la prevención de conductas disruptivas, de riesgo e inclusive la generación de patologías psiquiátricas en corto y largo plazo, esto significa que trasciende fuera del aula y se inserta en el ámbito familiar y social como parte de una educación para la vida.

Dada la importancia que reviste a nivel escolar, se debe fomentar el desarrollo de estrategias de soporte psicológico para promover la resiliencia. Ello implica la capacitación del personal docente, un apoyo psicopedagógico capacitado y directivos de las instituciones de educación preescolar y básica conscientes de la problemática y repercusiones comunitarias que conlleva, así como las respectivas revisiones y adecuaciones curriculares y generación de modelos educativos y didácticos pertinentes, las cuales son permitidas dado el carácter abierto del Programa de Educación Preescolar 2004.

Esto conlleva la preparación de psicólogos, pedagogos y demás profesionales asociados en un enfoque integral para potenciar el desarrollo humano, considerando múltiples vertientes y modelos del ámbito de lo educativo. Las ventajas que esto llevaría son múltiples y de alto impacto social, destacando más allá de la simple elevación del rendimiento académico a una reducción de los riesgos de salud mental que causan una disminución de la calidad de vida, y ligado a esto, potenciar de una forma integral el desarrollo físico, psicológico y social con características de una población adaptativa estable y con una educación para la vida que dignifique su bienestar social. La resiliencia, al ser una capacidad fundamentada en la autonomía favorece la integración del desarrollo psicológico que en conjunto con otros rasgos como la toma de decisiones, la tolerancia a la frustración, la asertividad, entre otras lleva a un conjunto de conductas adaptativas socialmente y que enriquezcan la funcionalidad del individuo en la vida cotidiana.

Por tanto, los programas institucionales de educación adquieren como nuevos elementos de trabajo el reforzar las fuentes de apoyo y afecto, favorecer las competencias de comunicación y las habilidades de resolución de problemas y autocontrol. Para ello, se crea la necesidad de profesionales capacitados que favorezcan estas características desde la infancia, lo cual genera un reto aún mayor, desde un sentido familiar hasta educativo, con la habilidad de integrar los diversos paradigmas y modelos que permiten describir y explicar estos procesos de desarrollo, pero más aún, generar las estrategias y herramientas didácticas para intervenir eficazmente en la consolidación de los rasgos deseables en los niños.

La conformación de grupos de trabajo con una visión integral es en este sentido es un elemento positivo para el desarrollo psicológico infantil. Además, y para garantizar lo anterior, se debe asegurar el brindar las oportunidades de desarrollo de la resiliencia a los niños desde etapas tempranas de la vida. Se deben de orientar los esfuerzos para fortalecer los vínculos entre las familias y la escuela, y de igual manera entre la escuela y la comunidad; solamente si se establece este nivel de relación se podrá garantizar en una forma adecuada las redes sociales para una sustentabilidad del desarrollo infantil. Así mismo, los niveles gubernamentales deben dar pie al desarrollo de políticas adecuadas de educación que permeen eficientemente y garanticen su aplicación.